Nos encontramos en un balcón desde donde presenciamos el duro trabajo en que consiste teñir los cueros que luego se venden en el mercado. El acceso a este lugar no es difícil, más bien constituye un punto de visita para los turistas que visitan Fez, en Marruecos.

¿Pintoresco? ¿Terrible? ¿Colorido? ¿Cuál es el adjetivo que mejor describe estas imágenes? La visión panorámica es, sin duda, fuerte (aún admitiendo con cierta culpa la comodidad de nuestra posición dentro de este escenario), y tarde o temprano nos interpela sobre los sentidos que tiene dicho trabajo.

Al ver las fotografías de la marroquinería pienso sobre el origen de la palabra, la relación es clara: la marroquinería es un oficio típico o tradicional de Marruecos. Sin embargo siempre me incomodaron las tipificaciones (así como las tintorerías se suelen calificar como la especialidad de los japoneses) entonces tiendo a buscar una definición menos juiciosa, recurro al diccionario que indica lo siguiente:

Marroquinería: «Industria de artículos de piel o imitación, como carteras, bolsos, billeteras, etc.»

Pero algo no cierra. Vuelvo a las fotos y compruebo que el costoso proceso de teñir los cueros se hace de manera manual, lleva horas de trabajo y en ningún punto parece intervenir industria.

Me pregunto si estamos en presencia de una fuente de trabajo o de una de los labores más precarizadas, inclusive ambas a la vez o ninguna de estas opciones. La pregunta me ha conducido a una serie de contradicciones, en donde, de regreso a mi casa una vez terminado el viaje sólo me resta aceptar el límite hasta donde podemos explicarnos algunas cosas, la ingenuidad de cómo llegamos a ellas, la ambigüedad y la incomodidad propia frente a la ajena, y dejar que las imágenes sigan preguntando.

Por María Emilce Martín